martes, 9 de agosto de 2011

Terrón y medio

-        A veces pienso que ya no me quieres.
-        ¿Por qué dices eso?
-        No sé. Nada es como cuando empezamos. Todo es diferente.
-        Eso fue hace veinticinco años, mujer.
-        Pero me gustaba. Recuerdo que los domingos por la mañana solías sentarme sobre tu regazo y juntos leíamos el periódico. Café cortado con poca leche. Terrón y medio de azúcar.
-        Si eso es lo que echas de menos, podemos volver a hacerlo.
-        Entonces todavía me acariciabas cuando hacíamos el amor. Me llevabas de la mano por la calle y apretabas mi puño con fuerza cuando nos encontrábamos con Ernesto, el guapo del 3ºC. 
-        Ese sucio siempre te miraba de arriba abajo en el ascensor.
-        Dormías abrazado a mi pecho y me despertabas rozando tus labios con mi nariz después de observarme durante un largo rato.
-        Ya sabes lo que pasa ahora, nena. Me agobio en seguida. Este maldito calor...
-        Todo es diferente. Ya nunca me lees los posos del café. Esos que tantas veces me juraron amor eterno, las mismas palabras que pronunciaste ante el cura el día de nuestra boda.
-        De eso sí que me acuerdo, ¡cómo para olvidarlo! Menudo sermón, casi no acaba. Un poco más y enviudas antes de casarte. Con el calor que hacía en la Iglesia, tu sobrina llorando, mi madre a punto de desmayarse...¡Calla, calla, no me lo recuerdes!
-        Amor eterno.
-        Así es, cariño. Amor eterno. Veinticinco años juntos, ¿eh? ¡Quién te lo iba a decir!
-        Eterno...
-        Sabes que nunca me separaré de tu lado. No tienes que hacer caso de lo que te dicen por ahí. Venga anda, ponte guapa que Mateo y Consuelo están a punto de llegar. Y ponme un café. Cortado, con poca leche. Terrón y medio de azúcar. Como siempre, ya sabes.
-        Sí. Como siempre.

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