martes, 8 de marzo de 2011

La Nimbus 2000 de Pedro

Nacer con una parálisis cerebral limita la vida. Sin embargo, existen personas que, lejos de sentirse rezagadas, luchan día a día para superarse a sí mismas. Esta es la historia de Pedro Oteo García

Son las cinco de la tarde y en el instituto Félix Urabayen de Pamplona acaba de comenzar la clase de Lenguaje para los alumnos de 2º ESO. Sin embargo, ninguno de ellos aparenta tener catorce años. Densas barbas de varios días en algunos chicos y ojos pintados con sombra negra en las chicas les delatan. Todos están en edad de ir a la cárcel. Mientras los siete varones (que no barones) hojean sus cuadernos para llegar a la página de ortografía, las ocho féminas del aula ojean a su profesora, María Teresa Galatea, esperando a que comience la clase. Hoy toca estudiar las palabras homófonas.

           Sentado en primera fila, a un metro escaso de la mesa de la profesora, Carlos saca su lápiz. No aparenta tener más de veintidós años, pero su desparpajo llama la atención. “Tenéis que buscar diez palabras que se escriben con h en este crucigrama”, explica la profesora Tere, como ellos prefieren llamarla. “Yo ya me estoy perdiendo”, responde Carlos con un marcado acento andaluz. Tras él, un chico de tez oscura, gorra marrón y chaqueta roja murmura irónicamente. “Uy, qué divertido. Esto es lo más”. Es mayor que Carlos y también supera la edad de sus compañeras del lado derecho, dos jóvenes rubias que hablan entre carcajadas. “¿Existe la palabra heno o no?”, pregunta la más robusta. “¿Heno? No, no, eso no lo he oído yo en la vida”, responde su compañera.  “¿Y qué es el omóplato?”, pregunta de nuevo la profesora. Desde su silla de ruedas,  Pedro se esfuerza por dirigir su mano hacia la clavícula. Él es el mayor de la clase. Tiene treinta y cuatro años, parálisis cerebral y sonrisa permanente.

            “Pedro Oteo García, nacido el 10 de junio de 1976 en Barañáin. Estado civil: soltero. Buscando: chica”. Así se describe Pedro en la red social Tuenti, a la que dedica un rato todos los días. Ya en clase, observa detenidamente los movimientos de su profesora, como si tratara de analizar cada uno de sus aspavientos. Pedro mueve los ojos de izquierda a derecha concienzudamente, recordando a Harry Potter sobre su Nimbus 2000 en su incesante búsqueda de la snitch, esa pelota dorada y con alas que el protagonista de la saga debía atrapar para ganar el mundial de quidditch. Pero el arma de Pedro no es ninguna escoba, sino una silla de ruedas B500 de color verde fosforito y en la que no faltan dos de sus grandes pasiones: Osasuna y San Fermín.

            El año pasado, Pedro aprobó 1º ESO tras numerosas horas dedicadas a analizar oraciones cuyos sujetos preferidos eran Patxi Puñal y los hermanos Flaño. También aprendió la metáfora, después de que su cantante favorito, Carlos Baute, colgara su corazón en las manos de Marta Sánchez. Y algo parecido ocurrió con el inglés. La A, primera letra del abecedario, saludaba a sus compañeras mediante un “ei”. La I se quejaba constantemente de sus dolores gritando “ai” y la Z, siempre resacosa, anunciaba su sed a cada momento. Con un año más, Pedro también ha cambiado de curso. Sin embargo, no tiene las mismas asignaturas que el resto de sus compañeros. Está decidido a sacarse 2º ESO poco a poco. Después de aprobar Matemáticas y Ciencias Sociales durante los últimos meses del año pasado, ahora es el turno de Ciencias Naturales y Lenguaje. Mientras Pedro se afana por descifrar quién es el que “en el monte ladra, y en casa calla”, suena un móvil en clase. “¡Ay, Alejandro! Ya sabes que el teléfono tiene que estar apagado”, se lamenta Tere. “Es que es urgente”, responde el chico. Después, se levanta y sale del aula. Pedro sonríe y deja mostrar sus encías en el hueco de la dentadura en el que deberían encontrarse sus paletas. Él también sabe lo que son las llamadas impostergables, ésas por las que dejas de hacer todo lo que tengas entre manos y atiendes. Su madre, María Jesús, las ha sufrido en numerosas ocasiones.

            A Pedro le encanta viajar. Tanto que hay veces en las que “se olvida” de avisar de lo que le gustan los viajes. Y luego llegan las reprimendas. El año pasado, Pedro acudía al instituto en horario de mañana. Normalmente, salía a la una y media y regresaba a casa. Sin embargo, un viernes no lo hizo. Tenía clase de inglés a las cinco, pero también se le olvidó. Una amiga de un antiguo colegio le había invitado a Logroño y Pedro no se lo pensó dos veces. Pero sus planes se truncaron. Al ver que no llegaba, su madre le llamó por teléfono y él tuvo que contarle la verdad. En cuanto llegó a la capital riojana, Pedro bajó del autobús Pamplona-Logroño para subirse en la línea contraria, Logroño-Pamplona. Cuando llegó a Barañáin, no tuvo tiempo para explicaciones. Su madre no le dejó. La profesora de inglés le estaba esperando.

           Pero no fue ésta la vez que más se asustó María Jesús. Unos años atrás, Pedro ya había protagonizado otras fugas. Mientras estudiaba en Logroño un curso de “Iniciación a la red”, Pedro decidió un fin de semana que no le apetecía volver a Barañáin, prefería viajar a Valencia con unos amigos. Y así lo hizo. Cuando el autobús se detuvo para descansar en una gasolinera de Teruel, Pedro pensó que no estaría de más llamar a su madre para avisar de que no volvía a casa. “No voy a ir este finde” fueron las únicas palabras que pronunció antes de colgar el teléfono. Y María Jesús volvió a dejar todo lo que estaba haciendo para buscar a Pedro. Inmediatamente, pulsó la rellamada. Un amable gasolinero de la parada de servicio de Teruel supo explicarle dónde se encontraba su hijo y hacia dónde se dirigía. Cuando el autobús llegó a su destino, una joven taquillera valenciana estaba esperando a Pedro para indicarle el camino de vuelta a casa. 

              Su plan de fuga había fracasado otra vez. Pero él no se resignó y volvió a errar en su intento de realizar un viaje en solitario meses después. Esta vez estaba dispuesto a salirse con la suya y decidió no avisar, llamaría a casa tras haber llegado a su destino. Hoy en día, Pedro todavía se pregunta cómo su madre fue capaz de enterarse de que estaba viajando hacia Madrid. Cuando el autobús llegó a Soria, Pedro ya se temía lo peor. “¡Mecagüen sos!” fue lo único que acertó a decir en el momento en que vislumbró las luces del coche de la Policía Nacional. Le estaban esperando. Temeroso ante la contradicción de escaparse de su casa para pasar la noche en un calabozo madrileño, Pedro no tuvo otra alternativa que morderse los labios y marcar el número de su madre para avisar de que llegaría tres horas más tarde.

            “¿Qué es el hábitat?”, vuelve a preguntar Tere en su afán por despertar el entusiasmo de sus alumnos. “El hábitat es el lugar donde viven los seres vivos”, se apresura a responder la joven robusta que nunca ha cultivado heno. En ese momento, Alejandro entra en clase y atrae todas las miradas, hasta entonces fijadas en la chica. Mientras, Pedro alza la voz para explicar lo que es una hemiplejia. “Cuando tienes mitad del cuerpo bien y la otra mal”, señala. Entonces, suena el timbre. Son las seis. La jornada de Pedro ya ha concluido por hoy, aunque sus compañeros todavía permanecerán en el instituto dos horas más. Tere se acerca y desencajona a Pedro de su pupitre. Él aprieta el botón de su silla y sale del aula.

              “Hola Félix”, saluda al bedel. En el pasillo, su amigo Fermín le está esperando. Él está en 4º ESO y sólo le faltan dos asignaturas para graduarse. También es miembro de ASPACE y su parálisis cerebral afecta totalmente al habla. Mueve la lengua de arriba abajo y resulta complicado comprenderle. Sin embargo, entre ellos se entienden a la perfección. Antes de marcharse, Pedro saca una cajetilla y una botella de agua. Se ha olvidado de tomar la medicación durante la comida, así que ahora tiene que tragarse doble ración de pastillas. Fermín le mira y murmura algo. Acto seguido, los dos estallan en carcajadas. “Me ha llamado puto yonqui”, explica Pedro, y los dos vuelven a reír. “¡Adiós, guapa!”, despide Pedro a su profesora de Ciencias Sociales del año pasado antes de salir del Félix Urabayen. Después, añade: “Yo es que soy un ligón”. Y la verdad es que práctica no le falta. Cuando algo le gusta, sus ojos le delatan. Su mirada, intensa y penetrante, se clava en su objetivo sin pestañear. Entonces, es imposible saber qué le estará rondando por la cabeza, qué mundo interior tendrá ahí dentro.

            Pedro no olvida a su primera novia. Se llamaba Olatz. “No me quiso dar ni un beso y al final lo dejamos porque no nos veíamos”, explica. “También fui novio de Mar. La conocí en el Club de Ocio, pero era una chula”. Sin embargo, ninguno de esos nombres se corresponde con el de la chica que más le ha marcado hasta ahora. “La conocí en Marina D’or hace unos años. Ella tenía veinte y nunca me olvidaré de su nombre: Henar”, comenta sonriente. “Me gustaba mucho, pero no me atreví a decirle nada. Al final, el día que regresaba a casa le regalé un peluche. No sé por qué, pero siempre me gustan las jovencicas”. Ahora, los dos amigos bromean imaginando un viaje juntos. “Si fuéramos a Cuba, me traería a una cubana en la maleta”, dice Fermín. “Yo también, pero de veinte, ¿eh?”, replica Pedro. El semáforo se pone verde y ambos cruzan hasta la mediana. Pedro se revuelve nervioso sobre su silla. “Odio quedarme aquí en medio. Si estás de pie no pasa nada, pero aquí sentado en la silla da más respeto”. 

             Pese a que sus traslados habituales los realiza a través de una silla de ruedas, Pedro también sabe lo que se siente al estar de pie. Una vez, quiso demostrar a su profesora de inglés que él también estaba a la altura. Así que llamó a su madre y le indicó que quería salir andando hasta el ascensor. “¡Mira que eres presumido, Pedro!”, contestó María Jesús mientras le incorporaba. Después, se situó detrás de él y, sujetándole por los hombros, le animó a andar. Con pasos torpes y agigantados, Pedro salió de casa y abrió la puerta del ascensor. Lo que él todavía no sabe es que hacía ya tiempo que estaba a la altura, sin necesidad de ponerse de pie.

            Sin darse cuenta, los amigos han llegado paseando y charlando hasta la residencia de Fermín, propiedad de ASPACE y donde vive el joven de lunes a viernes. El fin de semana, sin embargo, vuelve a Olite con su familia. Pedro también visita la sede todos los días para realizar un curso de 9 a 14 horas en el que le enseñan a buscar empleo. Pero él ya ha trabajado antes y además, para sus clientes favoritos: los niños. “Cuando todavía no había crisis, yo estuve trabajando para ASPACE. Me encargaba de colorear con Photoshop cuentos para niños. Yo pintaba una página y luego ellos tenían que imitar mi dibujo en la página siguiente. Era muy divertido y aprendí mucho de informática”, comenta. Sin duda, los ordenadores están hechos a su medida. Conoce todos los comandos, se defiende perfectamente en programas de diseño como Dreamweaver y está a la última en todos los estrenos de la cartelera gracias a Internet. Su ilusión sería trabajar en cualquier empresa informática pero, como él dice, “lo que me den, bienvenido será. Yo no espero nada”. 

         Mientras habla, suena el móvil. Es María Jesús. Empieza a anochecer y ya va siendo hora de que Pedro vuelva a casa. “¿Vas a venir en autobús?”, pregunta un hilo de voz al otro lado del teléfono. “No, mamá, que hace buena noche. Prefiero ir andando”. Tras recoger el móvil en el bolsillo de su pantalón, Pedro mueve la palanca y comienza a andar. En seguida, su B500 se pierde en la oscuridad, al igual que le sucede a la Nimbus 2000 cuando alcanza la altura de las grandes estrellas.

0 comentarios:

Publicar un comentario

 

©2009La Polichinela | by TNB