miércoles, 23 de febrero de 2011

Cazadores de almas

Ellos sustituyeron trapos, jabón y fregonas por agua bendita, crucifijos y el poder de la mente. Son los principales útiles para realizar la limpieza de una casa. No se trata de acabar con el polvo, sino de dejar marchar a los fantasmas para siempre


Un hámster ruso recién nacido, cuatro onzas de chocolate, trece bolsas de té rojo o todo el chapapote con el que se maquilla la nueva política de la Coordinadora Reusença Independent, Carmen de Mairena, antes de salir a predicar. Todos podrían pesar 21 gramos. Sin embargo, la medida quedó estandarizada a principios de siglo para definir un peso mucho menos terrenal: el del alma. Cuando una persona muere, el cuerpo sin vida sufre instantáneamente una pérdida de volumen. Son los 21 gramos del alma, que abandona la masa inerte para marcharse a otra dimensión. Es el peso del último suspiro.

            Claro Joaquín Pérez Lázaro tiene 54 años y es conductor de ambulancias en Tudela. Nunca ha estudiado Medicina, ni ha sido médico residente en un hospital. Sin embargo, él es Doctor. Ni urólogo, ni ginecólogo ni oncólogo: Doctor en almas. Junto a él, su fiel escudero, el compañero elemental, su Watson particular: Onésimo Pacho Hernández. A sus 64 años, Onésimo es a Claro lo que Sancho Panza fue a Don Quijote. Él es quien se encarga de acompañar al Doctor y de advertirle cuando alguien intenta colarles molinos por fantasmas. Ninguno de los dos lleva buzos ni van armados. Sin embargo, ambos responderían a la pegadiza canción que popularizó Ivan Reitman en su comedia fantástica “Ghostbusters”. Son tudelanos, amantes de la parapsicología y cazafantasmas.

            La capacidad sensitiva de Claro se despertó cuando éste todavía era un niño. Fue en septiembre y el futuro psíquico no contaba con más de siete años. Acababa de cenar junto a sus padres y, como todas las noches, decidió salir a jugar con sus amigos a la calle hasta que venciera el toque de queda impuesto por su madre. Sin embargo, esta vez no se unió al grupo. En su lugar, Claro decidió ir a jugar solo en la obra de construcción de una vaquería situada enfrente de su casa. Atraído por las alturas, el niño escaló hasta el último andamio cercano al tejado. Agotado por el esfuerzo, se recostó sobre la estructura metálica y cayó rendido. Entonces comenzó su sueño. “Yo estaba durmiendo y vi cómo me levantaba sobre el andamio. Una voz me decía que no me moviera, que me iba a caer. Yo, lejos de sentir miedo, me mostraba valiente, incluso le increpaba. Me desperté en el suelo, rodeado de tierra. No estaba aturdido, ni tampoco sentía dolor. Sólo una sensación de paz”, explica. Tras la confusión inicial, Claro se levantó y volvió a casa. Relató a sus padres que se había caído y ellos se encargaron de trasladarle al hospital, pero nunca contó lo que realmente había sucedido. “No puedo explicar ciertamente lo que pasó. Sólo sé que me dormí allí arriba y me desperté en el suelo. Si me hubiera caído, no estaría vivo ahora. Alguien me sujetó en el aire”. Desde ese momento, Claro sintió que era “el elegido” y decidió utilizar su poder telepático para ayudar a otra gente. Eso sí, siempre de manera altruista. Sin güijas, sin péndulos. Sólo con el poder de la mente y una cámara de fotos.

            Tal vez fue la estrecha relación que Claro mantenía con sus progenitores la que hizo que el sensitivo predijera uno de los momentos más dramáticos de su vida: la  muerte de su padre en un accidente de tráfico. Es el último recuerdo que guarda de él justo antes de que una llamada confirmara la noticia. Nunca ha vuelto a sentir su presencia, ni siquiera esa energía que afirma percibir cuando algún espíritu está cerca. Sin embargo, hace cuatro años volvió a apreciar esa premonitora bajada de temperatura mientras dormía. Abrió los ojos y allí estaba. “Era un hombre semitransparente. Cuando un ente se aparece, sus piernas quedan en el otro plano. Era  muy bajito y me dijo que había pertenecido a un cuerpo militar. Acababa de morir de un infarto al corazón y necesitaba darle un mensaje a su hija. Quería decirle que sentía mucho no haberse despedido de ella. También le pedía que dejara de mirar sus medallas condecorativas, porque las iba a desgastar. Acabó contándome que ella se casaría pronto y que él estaría allí para darle un beso”. Claro no pudo dormir esa noche. Ni esa ni muchas otras en las que siente que no se encuentra solo y que tiene en su mente un don que, en ocasiones, puede convertirse en una verdadera tortura. “Nunca me he atrevido a decirle nada a esa chica. Siempre que me la encuentro por la calle, me pregunto si hice bien. Sé que ella no estuvo sola el día de su boda y, sin embargo, supongo que continuará mirando las medallas ajena al mensaje de su padre”.

            Pero Claro no está solo. Desde hace años siente el apoyo de otro de los discípulos de Jiménez del Oso: Onésimo. Ambos se conocieron realizando un cursillo de sanidad y pronto descubrieron que el esoterismo era otra de sus pasiones comunes. Juntos han recorrido numerosas ciudades en busca de nuevos fenómenos que confirmen sus creencias. Las calles de Belchite, el antiguo sanatorio de Agramonte del Moncayo o el convento de monjas de Ágreda, en Soria, ya han sufrido el disparo de sus cámaras fotográficas. Ellos sólo buscan respuestas en lugares en los que el dolor y la tragedia estuvieron presentes durante mucho tiempo. Hospitales, casas particulares o carreteras acogen todavía a personas fallecidas que no han logrado marcharse y que ansían despedirse de sus familias. Curiosamente, no ocurre lo mismo en los cementerios, donde la actividad es prácticamente inexistente. “La gente no muere en el Camposanto. Allí sólo descansan los cuerpos, pero no las almas” explica Onésimo. Inseparables, ambos ofrecen una garantía en su trabajo: el secretismo. Y es precisamente esta característica la que ha hecho que algunas familias anónimas se hayan puesto en contacto con ellos para poner fin a sus miedos.

            La limpieza de casas es un trabajo complicado, a la vez que gratificante. Claro y Onésimo saben muy bien lo que es enfrentarse a un espíritu que se niega a abandonar su hogar. Algunas veces, porque la soberbia o el rencor acumulado no les permiten irse. Otras, porque los propios familiares impiden su marcha al reclamarles constantemente entre llantos. Por eso, es necesario seguir una serie de pasos para garantizar su protección. Antes de entrar en una casa, ambos se santifican con agua bendita. Además, utilizan crucifijos e incienso durante el proceso. Una vez dentro, Claro intenta ponerse en contacto con alguna energía. Para ello, pregunta si existe alguna presencia que desee manifestarse. “Este paso es esencial. Hay mucha gente que engaña en este negocio para cobrar, personas que limpian casas en las que no hay ningún espíritu. Nosotros no queremos dinero. Sólo pedimos una cosa a cambio: respeto”, señala Onésimo. 

                  Si realmente existe algún ente, el siguiente paso consiste en averiguar si se trata de un espíritu bueno o maligno. Ellos sólo se sienten preparados para actuar en el primer caso. De darse el segundo, Claro y Onésimo recomiendan a la familia ponerse en contacto con un exorcista. “Cuando estoy seguro de que el espíritu no quiere hacernos daño, intento hablar con él telepáticamente. Normalmente, se trata de gente que tiene asuntos pendientes, están desorientados e incluso no saben que han muerto. Para ayudarles, trato de explicarles su situación. Les pido que perdonen y que dejen atrás la rabia. A continuación, les indico que ya nada les retiene allí y que pueden marcharse”, comenta Claro. 

          A pesar de no haber estudiado ninguna carrera, los dos amigos realizan varias funciones a la vez. “Hacemos de psicólogos, psiquiatras, policías y curas. Hablamos con la familia, investigamos el dolor que se adueña de esa casa e incluso somos confesores”, comenta Onésimo. Sin embargo, los espíritus no siempre quieren escuchar. Ambos conocen el caso de un niño que se niega a marcharse de la que, en vida, fue su casa. “Los pequeños son los más difíciles de convencer. Es complicado explicarles que están muertos. No revelaré la ubicación, pero hay una casa en el centro de Tudela con un niño muy travieso. En cuanto te sientas en el sofá, él te empuja para que te quites. El dueño se la ha intentado quitar de encima varias veces”. Sin duda, son los nuevos cazafantasmas del siglo XXI. No luchan para salvar a la chica, ni para destruir el mundo del ocultismo. Pero si hay algo cierto en ellos es que sólo pretenden ayudar y hacer perder el miedo, tanto a vivos como a muertos. Eso está claronésimo.

            La fotografía es otra de las pasiones de estos dos altruistas cazafantasmas. Mientras Claro posee “el don”, Onésimo se sirve de su amor por este arte para aportar verosimilitud a sus descubrimientos. Cámara en mano, el sexagenario se encarga de retratar los lugares en los que Claro percibe energías. Un escalofrío, un roce, la bajada de la temperatura o incluso un aroma hacen saber que hay alguien ahí. “Hace dos años, demolieron una casa en Tudela. La mujer que vivía allí había fallecido y los hijos tomaron la decisión de derribarla. Una noche, me acerqué a tomar fotos. Cuando las revelé, me di cuenta de que había varias esferas transparentes en todas las instantáneas. Al analizarlas detenidamente, observé que una mujer se encontraba reflejada en algunas de ellas. Tenía el pelo blanco y era bastante mayor. Después me enteré de que era la antigua dueña de la casa. Días más tarde, volví a acercarme. El resultado esta vez fue todavía más revelador. Junto a la dueña, aparecían alrededor de diez personas. Querían protestar por la demolición”.

            Todas estas vivencias se convierten en meras anécdotas tras conocer la experiencia sobrenatural que vivió Claro hace alrededor de quince años. Era agosto y debía trasladar con su ambulancia a un enfermo de Tarazona hasta Soria. Tras realizar el ingreso, Claro inició la vuelta a Tudela. Faltaban cinco kilómetros para llegar a Ágreda y se durmió. Después, recuerda que se despertó con el apretón de una mano masculina sobre su hombro. Sobresaltado, pegó un frenazo y la ambulancia comenzó a realizar trompos sobre la carretera. Cuando logró estabilizar el coche se dio cuenta de que estaba en Tarazona. Había recorrido diecisiete kilómetros. Aturdido, reanudó la marcha. Entonces, una luz intensa comenzó a alumbrar el vehículo. Claro pensó que era un camión que venía de frente. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que estaba solo en la carretera. La luz procedía de arriba, era como si un flexo estuviera iluminando su cabeza. Asustado, decidió no mirar por la ventanilla y parar en la primera estación de servicio que encontrara. Pensaba que llevaba a un hombre en la ambulancia y que él había conducido el tiempo durante el que Claro había permanecido dormido. Tras desmontar el vehículo de arriba abajo, se dio cuenta de que estaba solo. “No sé qué pasó ahí. Yo no estaba cansado, pero me dormí y alguien me llevó. No fui abducido, no me moví del coche, pero yo no conduje ese trayecto desde Ágreda hasta Tarazona”, señala tiempo después. 

           Ambos están convencidos de que la de Claro fue una experiencia extraterrestre más, una de esas por las que se han llegado a encerrar personas en psiquiátricos. “No hay interés de que la vida extraterrestre salga a la luz”, explica Onésimo. Sin embargo, los dos están seguros de que la intervención de seres procedentes de otros planetas ha sido imprescindible en numerosas catástrofes históricas. “Siempre que hay un acontecimiento mundial se dan avistamientos. Uno de los últimos fue durante la explosión de Chernóbil. Ese día podría haber supuesto el fin para todos los habitantes de la tierra. Si dos ovnis no hubieran sellado la fisura del reactor, ninguno de nosotros podríamos contarlo ahora”, comenta Onésimo.

            Las apariciones marianas de la virgen de Fátima en Portugal, las pirámides de Egipto o, más cercanos todavía, los avistamientos en las Bardenas son, según Claro y Onésimo, obras de seres extraterrestres que han sido declaradas “secretos de Estado”. Por esta razón, ellos nunca olvidan su leit motiv: en boca cerrada no entran moscas. Son conocedores de que, si contaran todo lo que saben, más de uno se echaría las manos a la cabeza. Por eso, prefieren guardar bajo llave la mayoría de sus informaciones relacionadas con el Santo Grial, el triángulo de las Bermudas o la Sábana Santa. Todos estos documentos irán con ellos a la tumba. Ahora, sólo esperan que su peso no sea superior a 21 gramos.


Sanatorio Agramonte del Moncayo. 

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